Narcisos y amapolas
De: Zara Díaz
Tic toc tic toc, mis ojos
siguen lentamente las delgadas manecillas del reloj, marcan las 4:00 a.m.,
estoy despierta… es increíble, estoy despierta, lo último que recuerdo son
luces de carros, figuras de varias personas, gritos de mi madre, todo está
borroso, pero recuerdo perfectamente la cara de ese hombre y… su voz, mi
corazón empieza a latir demasiado rápido, y aprieto la sábana, trato de gritar
pero la voz no me sale, estoy teniendo un ataque de pánico, busco con los ojos
mis pastillas por toda la habitación, ésta se encuentra vacía, debe estar en
uno de los cajones pero mi cuerpo no tiene la fuerza suficiente para moverse,
cierros los ojos y respiro profundamente varias veces esperando que pase, unos
40 minutos después ya terminó por completo el ataque, decido levantarme;
ponerme de pies fue más fácil de lo que esperaba, me siento ligera, pero con un
delicado ardor en el abdomen, y unos extraños recuerdos o sueños enredados en
la cabeza. Entro al baño, me reflejo en el espejo, estoy un más pálida de lo
normal pero le restó importancia, además, no tengo ningún moretón en la cara ni
en los brazos lo cual me parece extraño, debo haber pasado mucho tiempo dormida
para que sanaran, salgo del baño y me doy cuenta que la cama está tendida, debió
entrar una enfermera mientras estaba en el baño, también en la mesa de noche
hay un florero con narcisos, sonrío, son mis flores favoritas, al lado de ellas
hay una pequeña nota con la perfecta caligrafía de mi madre “para mi princesa”,
debe estar en una de sus reuniones. Me pongo ropa y reviso mi celular, son las
10:00 a.m., del 8 de diciembre, duré dos días dormida, no tengo señal, ninguna
llamada ni mensaje. Entonces salgo de la habitación y me encuentro una
enfermera, trato de hablar con ella pero me ignora; bajo al primer piso y todo
el mundo está corriendo o atendiendo a otras personas, decido salir sin que
nadie lo note, quiero llegar a casa ya, quiero sorprender a mamá mostrándole
que su princesa ya está despierta, que su princesa es fuerte.
Ya en casa lo primero que
hago es buscar mis pastillas y tomarme una porque no quiero estar más tiempo
sola, sé que mamá no está en casa entonces reviso la nevera para ver el horario
de sus reuniones, tiene una con un tal doctor Willson a la 1:00 p.m., reviso el
reloj, faltan diez minutos, el sitio queda cerca, podría caminar hasta allá
pero no creo ser capaz, después de todo llamo a mi novio pero me manda directo
a buzón de mensajes, intento marcarle a Emily pero ocurre lo mismo, respiro
profundo, no me queda opción, aprieto el tarro de pastillas y salgo de la casa.
Dos, tres cuadras, todo va
bien, sólo me he quedado sin respiración un par de veces, faltan tres cuadras,
a cada paso el corazón late más rápido, siento todos sus ojos encima, empieza a
llover apenas llego al sitio, es un gran edificio con pequeñas oficinas para
distintas labores, tomo dos de mis pastillas y respiro profundo, me dirijo a
buscar a mi madre para darle la gran sorpresa, encuentro la oficina del doctor,
la puerta está abierta, entro con cuidado de no hacer mucho ruido, hay un
sillón sencillo a uno de los costados del cuarto y al frente de él una mesita
con un florero lleno de amapolas, la flor favorita de mi mamá, hay un cuadro
colgado, es un barco, al otro lado del cuarto hay una puerta, está cerrada pero
a través de ella se escuchan algunas voces, una de esa es la de mi madre, sonrió
y me acerco para oír mejor, pronuncian varias veces mi nombre y me doy cuenta
que está llorando, preocupada golpeo la puerta para que me abran pero no pasa
nada, la llamo y sigue sin funcionar, no me escuchan, de un momento a otro ella
empieza a gritar una palabra que hace que tiemble todo mi cuerpo; estoy mareada,
la confusión me domina, me siento en el sillón y miro fijamente las flores que están
al frente, la palabra retumba en mi cabeza mientras veo los pétalos rojos, justo
en ese momento todo lo que está pasando cobra sentido, me levanto del sillón,
tomo las amapolas del florero, salgo corriendo con unas cuantas lágrimas
rodando por mi cara que, lentamente se van confundiendo con la fría lluvia, por
fin llego -tengo miedo- busco el nombre entre todas las lápidas, todavía con
una chispa de esperanza, hasta que lo veo, me arrodillo frente a ella y lloro
-es verdad- dejo lentamente las amapolas sobre la tumba y me doy cuenta que no
son las únicas, hay más, muchas más. La tumba está llena de narcisos, tomo uno,
me levanto, acaricio sus pequeños pétalos amarillos, lo huelo y miro por última
vez el nombre en el mármol, y sé que ya no volveré a tener miedo…