Wednesday, September 12, 2018

Cinco y cincuenta


Cinco y cincuenta
Por: Laura Pérez (Grado 11°)

Cinco y cincuenta de la tarde. Última parada y comienzo de un nuevo trayecto matutino. Él como siempre, con su gorro trajeado y sus andrajos que no ha cambiado por mucho tiempo. Cree que no lo reconozco y, sin embargo, se acerca hacia mí pidiendo que le dé algo para recargar la tarjeta. Me preguntó si al menos irá a alguna parte. Rechazó su pedido para seguir mirando al frente y apreciar la grandiosa fila que tiene forma de culebra, pero que en su cabeza, pequeñas ratas bloquean su camino para entrar al bus, algo injusto diría yo. El viejo le pide entre dientes al señor que se encuentra frente a mí que le ayude con algunas moneditas para la tarjeta -según lo que interpreto- y él la da algunas con una papeleta en la cual acababa de escribir. Las monedas parecen alegrar al viejo, pero queda extrañado con la papeleta. Me preguntó si sabe leer; ¿Qué querrá decir el papel? Siento inquietud al no saber el cuento de la papeleta y me atrevo a preguntar.
-¿Usted sí sabe que ese señor se la pasa todos los días a estas horas pidiendo lo mismo a Raimundo y todo el mundo, mientras que todos le dan moneda de ignorancia?
-Sí, ya lo sabía y me inquieta.
-Pues nadie lo obliga a que le dé algo… digo. Si mira para arriba se encuentra con el letrero de luz que le recuerda decir “no gracias” a los vendedores ambulantes.
-No veo que ese viejo esté vendiendo algo, si acaso la tarjeta para el transporte.
-No, él pide que le ayuden con la tal recarga.
-Pues hoy obré bien para que sepa.
-Con metal y papel.
-Y con un mensaje motivador.
-¿Para qué nos siga pidiendo todos los días desde las cinco de la tarde?
-¿Tan pobre está usted?
- Yo si tengo para recargar la tarjeta, gracias por la preocupación.

De repente la cola de la culebra ya había llegado a su fin para hacer su entrada por la puerta del bus
-mi tercer bus- con un destino de cuarenta y cinco minutos. El señor entró primero y se hizo lejos de mí. No me quedó asiento libre. Así que me tocó ir de pie 
-¡Juemadre, no le pregunté lo del papel!-. No puedo llegar a mi destino sin saber qué oración motivadora había formado este señor para el deleite del viejo -si es que sabe leer-. Emprendo el desfile hasta la cola del bus para hacerle la pregunta al tipo. Y después de que mi cuerpo roza con todos los valientes que van de pie, llego a la meta.
-Venga, necesito saber su nombre antes de preguntarle.
-Raimundo.
-Un nombre común.
-¿Que iba a preguntar?
-Ah sí, ¿Que en dónde se baja?
-Tres Esquinas.
-Yo en Amarilo.
-Le diría “¡Qué interesante!” Pero no lo es en absoluto. Tanto que se queja del viejo de la estación y ahora pienso que ese sí es más tolerable porque no se le entiende ni cinco de lo que dice… en cambio usted fastidia con su preguntadera irrelevante.
-¡NECESITO SABER QUÉ LE DIJO AL VIEJO!
-Que la muerte es la solución.

Por el reflejo de la ventana al lado del tipo noté como mis ojos relucían y podían hacerle competencia a las farolas del bus que nos llevaba. Le iba a echar la madre, la tía, la abuela, la esposa y hasta la perra… pero al soltar el suspiro miré aún lado y me pregunté… ¿La muerte es la solución para el viejo?
(...)

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