DOS CORAZONES FLOTANDO
De: Bryan Cely Castaño...
Doña Anita se encontraba en el callejón que daba a mí casa. Por detrás estaba el arbusto que dejó mi
padre para que todos los de la cuadra jugáramos de vez en cuando, pues las
tareas diarias no permitían que hiciéramos eso. Eran como las cinco y media de
la tarde y ninguno se atrevía a
preguntarle por qué estaba sollozando y remojando su pañuelo con las
lágrimas. Una situación que nunca
habíamos visto los niños de esta vecindad. Parecía que de repente el tiempo no
corría y esperábamos solo la salida de mi mamá para que nos explicara con
detalle el llanto de la pobre tendera. Por supuesto la casita estaba llena de
clientes que querían curiosamente escuchar la historia. Lo único que sabíamos
de ella era que su hijito de solo diez años había recibido un trasplante de corazón
en la capital y que se encontraba en proceso de recuperación. Era muy difícil
la situación para ella pues no tenía quien se lo cuidara. Debía prepararle un
alimento muy especial que con sus pocos recursos sí apenas le alcanzaba para
cubrir los gastos diarios. Por eso trabajaba de sol a sombra en la pequeña
tiendita para que la plata le rindiera y David, su hijito, pudiera vivir felizmente con un
corazón donado...
Las horas pasaban, parecía interminable el día sin saber noticias del
porqué Doña Anita aún estaba tan
afligida. Sus sollozos no daban ningún respiro y no quería hablar. De
repente y caminando con dificultad apareció David. Aunque se veía un tanto pálido, sus ojos le brillaban y mostraba una sonrisa que reflejaba el candente
blanco de su dentadura. Todos quedamos impactados con esa presencia. Traía
también una camisa muy ancha que le llegaba casi a las rodillas. Era como un
pequeño cubre lecho para esconder su extremada delgadez. Con finura empezó a
moverse lentamente hasta alcanzar la silla que se encontraba justo al lado de
la caja de refrescos. Allí se acomodó y
sutilmente se abrió la camisa para mostrarnos el verdadero sentido que tenía el
trasplante de su corazón enfermo y adolorido. Nunca se borrará de mi mente aquel
instante.
¡Era algo maravilloso! Sorprendentemente iluminados aparecían dos
corazones: uno grande y otro pequeño latiendo y latiendo repetidamente sin
parar. El grande tenía un aspecto
transparente y dentro de él se
ramificaban muchas florecitas llenas de
cordones brillantes que corrían de un lado al otro tarareando una melodía
espectacular; parecían encantados el
uno con el otro. Había un hilo conductor
que daba al otro corazón pequeño que los unía con gran ímpetu para que no
pudiesen desconectarse con mucha facilidad. El
corazón pequeño estaba también rodeado de esas florecitas, pero
curiosamente, y aún más impactante, era que cambiaban de color cuando pasaban de
un corazón al otro. ¡Qué espectáculo tan hermoso¡ Repicaba en mi mente.
Proseguía David diciendo que había pasado un mes de convalecencia,
recuperando sus fuerzas y esto no era sino UN MILAGRO DE DIOS. Su corazón, en el
pasado, estuvo a punto de detenerse y acabar con su vida. Ahora
era bendecido con un regalo mucho más grande. Desde el momento del
trasplante los dolores ya no se presentaban. Como estando en carnaval poseía
desde este día a falta de uno, dos
corazones de mucho palpitar. Y esa era la aflicción de su madre, ver tan
inspiradora alegría.
Por eso nos insistió siempre David: -Cuando tengas un solo corazón ¡Bendícelo! Porque él representa lo que te
sirve en la vida para moverte y transitar. No lo descuides jamás. Riégalo a
diario de ternura y comparte sus sentimientos con los demás niños.
2º Puesto V Concurso de Cuento Corto 2015-2016.