Friday, September 21, 2018

Sin Título

Por: Juan Pablo Vergara.


Corre la idea de un vestigio, presente desde lo más remoto del imaginario. Corre también sangre “india” por sus venas, pues designio de dioses es y será. Pero algo ocurre con vuestra excelencia, algo oculto entre sombras. Blasfemos hay que cuestionan la voluntad divina y traman contra él una premisa; la cordura ha abandonado aquel hombre, ya desde hace tiempo que no sucede ningún indicio de bienestar y pronto será su repentino final. A decir verdad, puede que así sea, pues nuestro brujo no surgió de la tierra en Bacatá, sino de la entrepierna de una mujer de Chocontá. Muy cierto también es la condición de su ‘psyche’, pues el chamán, como se hacía llamar, no era la indicada para aquella época.

Recluido y sometido, amarrado por cadenas, sin poder aventurarse en la gloria de Bachué. En su condición de sumiso, sus maestros le llevaron a donde su voluntad desease y así fue como sucedió, aquella mañana cálida de noviembre, aquel día en el que el infierno se elevó y se puso en el dominio mortal. Bajo las llamas y proyectiles incandescentes, bajo el miedo y el terror, la mano derecha del Zipa se alzó, y de tal manera su vista se enturbió y cesó.

Tan pronto logró el hombre blanco volver a imponerse, tan pronto dispusieron del “chamán” por, irónicamente, ser confundido con otro ser. Finalmente fue dejado a merced de los elementos. Solo y abandonado se llenó de coraje, y decidió acatar las órdenes de los dioses. Se vistió como aquellos seres de antaño, aquellas personas que predicaban la llegada del juicio final en la América precolombina. Y fue así como Álvaro, seudónimo que utiliza hoy en día, ha decidido asumir la labor del profeta que nos ha de salvar de nuestro súbito destino.

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