LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DE PERSEO…
Era
un verano como cualquier otro en Atenas, Perseo, valiente guerrero volvía de
una de sus tantas batallas sin rasguño alguno y con un espíritu inquebrantable.
Al
estar cerca de su destino, su humilde morada,
notó unas enormes nubes de humo negro saliendo de los árboles. Todo
indicaba que el bosque se estaba incendiando. Sin dudar un segundo reunió a un
pequeño grupo de personas que se encontraba cerca para controlar el incendio
que a cada segundo iba consumiendo todo lo que encontraba a su paso. Al llegar,
lograron rodear el incendio con rocas gigantes, sabiendo que eventualmente
detendrían o lo apagarían, pero antes de regocijarse con su pequeño triunfo, un
sonido inesperado interrumpió el silencio en el que se encontraban, un grito de
ayuda proveniente del núcleo del incendio, una suave e inocente voz que solo
podía pertenecer a una niña. Sin titubear y con un único deseo de salvarla
Perseo atravesó un estanque cerca al lugar del incendio y se introdujo en las entrañas
del mismo. Sin saber qué hacer, ni dónde buscar, sitiado por árboles que se
alzaban como pilares infernales, encontró una cabaña cuyo techo ardía
intensamente, aunque su estructura solo aguantaría pocos segundos, entró en
ella y encontró a la pequeña, asustada,
debajo de una mesa, la subió a sus
hombros y la sacó del bosque antes de que las llamas los consumieran. Al
volver al lugar donde ya estaba controlado el incendio, el grito desgarrador de
una mujer, entre llanto y alegría se encontró con su pequeña hermana,
¡Aria!, llamó a la niña, un encuentro
que durante unos segundos pensó que nunca iba a tener. La mujer, volviéndose
hacia el hombre que había salvado a su hermana se presentó como Andrómeda, le deseó
bendiciones de todos los dioses a Perseo pronunció palabras de agradecimiento entre
sollozos y respiraciones ahogadas.
El
héroe fue invadido por una sensación nunca antes experimentada al ver a
Andrómeda, confundido entre el amor o un capricho, solo sabía que quería estar con ella, pero antes de poder
responderle, el destello de una flecha pasó por sus ojos atravesándole el pecho
a la hermosa mujer. Impactado y sin palabras, Andrómeda exhaló un último
“gracias”, pero se había ido. Perseo, al retirar la flecha del pecho de
Andrómeda y tras inspeccionarla, notó que tenía una inscripción en la punta, en
su mente sabía que no solo era malo, sino que tampoco era posible, una nueva
guerra había empezado.
Durante
generaciones su acción fue recordada por salvar al pueblo Ateniense, pero Perseo
nunca olvidó a Andrómeda y a su pequeña hermana…
SARA GUAYARA
DÉCIMO