El Renacer
Por: Sara Ribero
Poco a poco fue abriendo sus ojos. La brillante luz le nublaba la vista
y el alto volumen a su alrededor le aturdía. Su cabeza dolía al igual que su
cuerpo y sentía como el corazón palpitaba con cada bombeo de sangre que llegaba
a su cerebro. Mientras sus ojos se acostumbraban al brillante entorno,
escuchaba voces en el fondo que, con sorpresa, aclamaban su regreso.
No sabía dónde estaba, ni lo que había ocurrido, lo último que recordaba
era ver cómo se acercaba el pavimento hacia su rostro. Miró a todos lados,
buscando entre los doctores y enfermeras alguna cara conocida, nadie le era
familiar, nadie lo esperaba. Los médicos le hacían preguntas rutinarias: ¿Qué
recuerdas? ¿Cómo te llamas?
Pero él no contestó, en cambio, se miró las manos. Esas ya no eran las suyas,
pertenecían a un extraño, eran más grandes y arrugadas, los dedos eran largos y
muy flacos. Entonces escuchó por fin una explicación de lo que pasaba, hacía ya
diez años que sus ojos no se abrían. Pensó en su madre, probablemente ya no vivía,
en esa época el cáncer ya la consumía.
Y entonces, allí acostado, pensando en todo lo que se había perdido,
deseó más que nunca, jamás haber nacido.
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